“… vi el cielo doblado, el burro y el hombre se abstienen de la piedra del molino de la tierra mala, para calentar el viento”.
TRAMONTI
Encerrado en una cuenca de las montañas Lattari, a lo largo de caminos conocidos solo por los amantes de las rutas inusuales, está Tramonti, un lugar sin lugar, lejos de la Diva Costa subyacente y del camino lleno de gente y sinuoso de la carretera estatal Amalfi 163. ConfiĂł el origen de su nombre a “tierra entre las montañas”, su existencia se encuentra en los trece distritos, con trece iglesias y trece campanarios, tantos como los municipios de la costa de Amalfi. Antiguas aldeas, reunidas en cĂrculo alrededor de una cuenca como si fuera una mesa preparada para los 13 invitados de la Ăšltima Cena, o la mesa redonda de caballeros impecables. Ciertamente, sus habitantes disfrutan del tĂtulo de “Hombres Nobles” otorgado por el Rey de Nápoles Ferrante I de AragĂłn en 1460 cuando encontrĂł una acogida generosa y protegida despuĂ©s de la derrota militar sufrida por los Barones en la llanura de Sarno. Entre las montañas parece ser un sitio dedicado a la retirada, la contemplaciĂłn, el silencio, el ocultamiento, la defensa. Quizás fueron estas caracterĂsticas y la riqueza de los bosques y las aguas las que aconsejaron a los primeros asentamientos. Y en tal silencio no podĂa faltar la presencia de santos monjes italo-griegos, que en Gete constituĂan su guarniciĂłn de fe, lejos de las calles golpeadas por ejĂ©rcitos, fuera de contacto con los hombres de los valles, más cerca del cielo que de la tierra. “Un ala pequeña con fresco de Madonna – escribe Adriano Caffaro – se refiere a la mente de los monjes solitarios”. En este valle de montaña se puede llegar desde Maiori o Ravello, pero ciertamente el itinerario más evocador es el que, despuĂ©s del empinado ascenso desde la llanura nocerina, desciende desde el Valico di Chiunzi 650 metros, protegiendo la torre. antigua, construida por Raimondo Orsini, prĂncipe de Salerno. Una vez pasado el bastiĂłn, entras en el solemne silencio de los castaños, siguiendo un camino con modesta tortuosidad y todo cuesta abajo. Unas pocas curvas, luego, pasando el puente de Vallone di Landrone, se tiene la hermosa vista del valle de Tramontana, frente al cual los pueblos de techos rojos traen una nota de vivacidad en el verde difuso.
Caminar por este paĂs con largas sombras es como tejer un punto de cruz en un marco imaginativo, como aquel en el que las mujeres alguna vez prepararon la ropa de boda de sus hijas en las noches de invierno, mientras que los hombres tejĂan la selva y castaño para formar cestas, bolsas de compras, spaselle y mil otras formas. En los riscos de este paĂs escaso, la Ăşltima uva otoñal madura, sabrosa y jugosa, generosa y voluptuosa como el amor y de la que se obtienen vinos indĂgenas embriagadores, como el Tintore, que deja los rastros negros de su pasaje. Al atardecer, las campanas del Vespero interactĂşan entre sĂ desde los trece campanarios, casi repitiendo una antigua oraciĂłn de Cavalieri marcada con la cruz puntiaguda de la cercana Amalfi. El ascenso desde la roca de los campanarios indica un origen rocoso; Los frescos de los interiores religiosos se refieren a antiguas espiritualidades. AquĂ está S. Elia, con el campanario de cuatro pisos y la iglesia de la AscensiĂłn, durante mucho tiempo desconsagrada: una leyenda popular cuenta que estaba prohibido despuĂ©s del asesinato del párroco mientras celebraba misa.
Más adelante está Cesarano, una aldea de hombres que una vez sabĂan tejer castañas y cañas con sabidurĂa para formar cestas para el trabajo y objetos para el hogar.
Pucara conserva un hermoso lienzo de la escuela de Luca Giordano y, lo menos impresionable, puede ver los antiguos asientos donde los muertos fueron enviados a la “escuela”.
En la iglesia de S. Francesco en Polvica se conservan dos preciosos sarcófagos, mientras que en Gete, de notable interés e importancia histórica y cultural, se encuentra el asentamiento rocoso de San Michele.
En Figline, finalmente, una vez que estuvo el Ăşltimo fabricante de cestas, un hombre que cocinaba castañas en las noches frĂas, lo atĂł y lo trenzĂł en mil fantasĂas entre una copa de vino y un bocado de ricota de leche de oveja. En Campinola, unas pocas casas y un espacio abierto, desde la iglesia madre, el Ăłrgano reestructurado de los ‘700 envĂa arias de prestigiosos conciertos; un poco más allá de Enza Telese, Antonio y Giancarlo De Marco se encargan de su inventado “JardĂn secreto del alma”, un himno a la naturaleza, un triunfo de plantas y flores, desde los árboles de la vida hasta las pĂ©rgolas de glicinias y las habitaciones de rosas con cientos de variedad de la reina de las flores. Desde la primavera en adelante, todo es un ir y venir respetuoso de los amantes de la naturaleza y el silencio para encontrar el lugar del alma de un tiempo pasado.
Agregado a la lista de la AsociaciĂłn de “Pueblos Italianos AutĂ©nticos”, Tramonti es el hogar de los fabricantes de pizza más reconocidos del mundo. El resultado de la miseria y la fantasĂa, la pizza se ha convertido en un plato delicioso y sabroso, un pecado de gula, ha entrado en la historia, la costumbre, el folklore de la gente gracias a los chefs de pizza tramontani, a quienes no les falta el conocimiento de esa “corte de reglas “la Ăşnica garantĂa para un producto autĂ©ntico y genuino. Desde hace algĂşn tiempo, los monjes y ermitaños han desaparecido entre estas montañas, pero la gente generosa perdura, rica en la espontaneidad de la gente de la montaña.
Las personas que tal vez no se esperan encontrar en esta área oculta de la Costa Divina, al igual que no esperamos encontrar a Tramonti, un paĂs secreto sin lugar, que confĂa la existencia de su nombre a trece pueblos protegidos por el verde de los castaños. Y son precisamente los castaños de los que brotan los campanarios para dar la imagen de Tramonti, una ciudad que sugiriĂł el nombre de “tramontana” a Flavio Gioia, mientras reflexionaba sobre la rosa de los vientos y la aguja magnĂ©tica, por ese viento que descendĂa de las montañas.
En estas tierras en relieve donde el tiempo está marcado por el canto del gallo, los ladridos de los perros en la era, el rugido de las vacas en los establos, los hombres aĂşn celebran los antiguos ritos del trabajo curvo para cultivar la tierra u ordeñar la leche nivei y sabrosos productos lácteos. “… Vi el cielo doblado, el burro y el hombre se abstienen de la piedra del molino de la tierra mala, para calentar el viento”, escribiĂł Alfonso Gatto. Es el milagro diario de las manos.



